La opinión del maestro, basada en su conocimiento y en su experiencia clínica era hasta hace unas pocas décadas la principal fuente del saber médico. Este modelo, que dio lugar a verdaderas escuelas de medicina en las que el catedrático era padre y patrón, resultó obviamente limitado. Estaba fuertemente apoyado en el prestigio y poder del maestro, sustentado por la idealización y las relaciones de padrinazgo, y en un fuerte apego al conocimiento surgido de la casuística y la práctica habitual.
Esta dependencia del saber del maestro primando sobre el conocimiento científico basado en la evidencia condujo a no pocos errores en distintos momentos del desarrollo de la medicina. "El profesor lo hace así...", no parecía ser un claro criterio de verdad. La medicina basada en la evidencia, como alternativa, relegó la opinión del experto al grado más bajo de evidencia científica, sólo válida cuando no existieran otras formas de validación del conocimiento.
Para hacer posible la enseñanza en esta dimensión es imprescindible la cercanía entre el docente y alumno; que si bien puede darse en las instancias de grandes grupos o de grupos pequeños, tiene su instancia ideal en la relación uno a uno. También implica mayor compromiso y riesgo para el docente al verse permanentemente expuesto y evaluado en sus aciertos y errores. Sin embargo, no es posible mejorar la calidad de la docencia si no se cuenta con docentes capaces de aceptar estos desafíos.
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