Lo que el viento no se llevó
Era un fondo grande.
La primera parte era embaldosada y tenía un aljibe. Luego se bajaba una escalera y estaba la alta palmera, cuatro frutales y al fondo, el gallinero con varias gallinas y un gallo.
- Por favor mamá, comprame otro canario.
- ¿ Otro más? Ya tenés 15 pájaros. ¿Viste la mugre que hacen?
- Es que se murió el más viejo y me quedó la jaula vacía.
- Ya ni los cuidás bien, ni los reconocés.
- Sí que los conozco. Sé quien me regaló cada uno. La tía me compró siete.
- Es que ella después no limpia.
- Tú tampoco mamá. Lo limpia Irma. Tú ni los ves.
- Claro, porque salgo a trabajar.
- Si, es cierto y yo me quedo con los pájaros.
Ella recordó cuando era una niña como Santiago, viviendo en esa misma casa.
Recordó la hora de la siesta, cuando los mayores desaparecían, y con su hermana se sentaban en las higueras del gallinero. Allí se saciaban de higos maduros y se contaban interminables historias.
Su hermana tenía una imaginación portentosa y la tenía en vilo con sus cuentos. Era tres años menor que ella, pero disfrutaba contándole historias que la aterrorizaban.
Siempre aparecían muertes, vecinos que se entremezclaban con sus vidas y en los últimos tiempos hasta marcianos.
Un día su madre la tuvo que llevar al médico porque estaba durmiendo mal y tenía pesadillas. Pero ese intercambio de cuentos, con el gozo del misterio y el terror, era un secreto de honor.
Por esos tiempos, su conducta parecía disparatada, y nadie entendía porqué no quería subir al altillo, donde había sólo una cama de una plaza, sin colchón. Allí, según su hermana, había ocurrido un terrible crimen, en el que la víctima fue la mujer del almacenero.
Tampoco entendían porqué había atado todas sus muñecas a la pata de su cama. A ella le alcanzaba disfrutar recordando la historia de lo que había pasado el día, cuando el viento se llevó todo.
Recordó el perfume de esas tardes. Perfume de cortezas y frutas. El gozo por aterrarse. El secreto compartido. Le pareció sentir ese perfume y miró a su hijo.
- ¿No te aburres con los pájaros?
- No, mamá.
- Que hacés con ellos? Es mucho mejor verlos en los árboles disfrutando su libertad.
- Si, es lindo, pero si están libres no me cuentan historias.
- ¿Cómo?
- Si mámá, a la hora de la siesta, cuelgo las jaulas en los árboles, el pitanguero, el limonero y me siento como distraído debajo de ellos. Si me quedo quieto y callado los canarios comienzan a contar historias.
- Por favor Santi, ¿y cómo son esas historias?
- ¡Ay! mamá, son casi siempre de terror. Por ejemplo me cuentan lo que pasó hace mucho en el altillo y otra de dos niñas que eran hermanas y se contaban cuentos sentadas en las higueras del gallinero.
- ¿Que cuentos?
- Cuentos así, como los que cuentan ellos.
- Santi, vamos a comprar el pájaro. Ojalá, a mi también me cuenten cuentos.
Salieron de la mano.
Autora: Belcha, 12 de mayo de 2008
No hay comentarios.:
Publicar un comentario